¡Cuidado con el hacha! El crimen que desafía la lógica progresista

¡Cuidado con el hacha! El crimen que desafía la lógica progresista

El crimen de asesinato con hacha no solo es un acto primitivo, sino que también desafía el pensamiento progresista de justicia y seguridad.

Vince Vanguard

Vince Vanguard

¿Qué pasa cuando un suceso tan brutal como un asesinato con hacha sacude la apacible vida de una comunidad? En esta ocasión, el crimen tuvo lugar en 2023, en la aparentemente tranquila localidad de Sombrero Verde, donde un respetado hombre de negocios, Don Ramón, fue encontrado sin vida en su hogar, víctima de un ataque tan violento como escalofriante. Las investigaciones apuntan a que el asesinato ocurrió a plena luz del día, lo que pone en entredicho nuestro sentido común sobre la seguridad moderna.

A primera vista, uno pensaría que este tipo de atrocidades pertenece a la ficción, a los libros policíacos que devoramos bajo las cálidas sábanas, ajenos al salvajismo inminente en el mundo real. Pero no, este evento sacudió a la comunidad real, a personas que ahora dudan de la seguridad de sus propios hogares. Y es que cuando observamos este crimen bajo el prisma de la política actual, surge una inquietante perspectiva sobre hacia dónde dirigimos nuestro rumbo social.

El acto de atacar a alguien con un hacha es una regresión a la violencia más primitiva, un signo claro de que, quizás, el progresismo desmedido ha debilitado la estructura de control social que una vez nos protegió. En un mundo en el que incluso las palabras pueden ser censuradas por ser "demasiado ofensivas", ¿cómo es posible que los actos físicos de barbarie encuentren un espacio para manifestarse? Sería irónico, si no fuera tan trágico. ¿Acaso no han dado más pasos los progresistas en suavizar las leyes, en promover una indulgencia que termina, inevitablemente, en caos y desesperación?

En los últimos años, hemos sido testigos del auge de la ideología que postula la despenalización desmedida y la compasión sin sentido por quienes rompen el contrato social. Nos hemos ablandado tanto que ya no sabemos responder con firmeza al mal, incluso cuando éste se nos presenta de la manera más brutal. Entre las reformas penitenciarias y las políticas de inserción social, parece que hemos olvidado que vivimos en un mundo donde el crimen todavía acecha, sin discriminar dónde, cuándo o a quién atacar.

No se trata de proponer un regreso al ojo por ojo, diente por diente. Pero, faltaría más, es imperativo recordar que sin un sentido claro de justicia y retribución, lo único que hacemos es invitar a potenciales criminales a probar su suerte. Los cimientos de una sociedad robusta se fraguan en sus leyes, firmes y justas; no permitamos que estas se conviertan en papel mojado por el bien de un idealismo simplista.

La realidad del asesinato de Don Ramón resalta una falta de estructura moral y jurídica que debería escandalizarnos a todos. Mientras algunos se afanan en buscar las raíces sociológicas del crimen, olvidamos que, más allá de las disertaciones filosóficas, existen víctimas reales que jamás deberían haberlo sido. En este contexto, vale preguntarse por qué ciertos sectores siguen empeñados en rebajar el castigo penal.

Para cada acto de violencia que intentamos justificar, hay una víctima que sufrió sin necesidad. En escenas tan grotescas como un asesinato con hacha, se hace más palpable la verdad: necesitamos un cambio, pero no el que nos venden quienes buscan convertir cada crimen en una excusa para su propia agenda. El cambio real debe centrarse en reforzar las leyes, no en diluirlas hasta ser ineficaces. Poner en marcha estrategias que disuadan el crimen en lugar de terapias de reacción ante lo ya consumado.

Pensar que podemos tener una sociedad sin crímenes violentos solo disminuyendo las penas y aplicando un enfoque terapéutico es una ilusión. La triste realidad es que en un mundo donde los robos y los asaltos no son nada más que diarios incidentes, un asesinato con hacha es un recordatorio brutal de nuestra vulnerabilidad, y de que nadie está del todo a salvo. Debemos ponernos firmes en nuestras convicciones y proteger realmente a los inocentes.