Si alguna vez has escuchado hablar de la revista sueca Arena, sabrás que es como esa mosca en la sopa progresista que sigue insistente. Arena, un destacado bastión del neo-progresismo europeo, fue fundada por Per Wirtén, Håkan A. Bengtsson y Göran Greider en 1993, y opera en el mismísimo corazón de Estocolmo. ¿De qué va esta publicación? Lo adivinaste, de lo típico: igualdad de género, crisis climática y el fin del mundo tal como lo conocemos si no compramos su narrativa. Sorprendentemente, ha conseguido sobrevivir en un país donde todo marchaba bastante bien antes de que las ideas extravagantes empezaran a tener tanto eco.
¿Quiénes están detrás de Arena? Si pensamos en el club de fans de patrones progresistas, este trío fundador lo representa bien. Personas que encontraron una manera de combinar ensayos intelectuales con la agenda política que amenaza con apagar cualquier chispa de dinamismo en la sociedad sueca. ¿Cuándo? En los años 90, cuando parecería que Suecia ya tenía suficientes revistas y publicaciones que hablaban de política. Sin embargo, esta vio la luz durante un tiempo lleno de cambios cuando el país comenzaba a adentrarse en el mundo digital.
Pero, ¿qué es lo que publica Arena que provoca suspiros de admiración a un lado del espectro político y rechiflas al otro? Aquí está la parte divertida: sus artículos giran en torno a la premisa de que todo lo que alguna vez supimos tiene que ser reescrito. La revista trata de fundar una nueva norma al igual que los pingüinos en un desierto: desafiante, contradictorio e ilógico. Totalmente sueco, dirían algunos.
Además, Arena no solo se centra en teorías y debates, también es famosa por ser el centro de la "nueva izquierda" sueca, promoviendo ideas que para algunos suenan poco prácticas. Una búsqueda rápida en sus archivos revela una obsesión en retratar a los empresarios como villanos y a los libres mercados como campos de batalla opresivos. En el mundo de Arena, el capitalismo debe caer para que surja un nuevo día de justicia social. Por absurdo que parezca, este modo de pensamiento lentamente ha ganado adeptos.
Estocolmo es su hogar, un lugar perfecto con su ambiente de tendencia progresista, donde cada término nuevo o idea sin hallar cabeza ni rasgos claros es aclamado sin más pregunta. Resulta casi irónico que en una nación que alguna vez fue un modelo de estabilidad política y social, se permitan tolerar tonterías bajo el disfraz del progresismo desenfrenado.
¿Por qué seguirles siquiera el juego? Bueno, su capacidad de influenciar, especialmente a los jóvenes de mentalidad moldeable, crece cada día. Su esperpento de narrativa toca las fibras sensibles hasta en los rincones donde el sentido común parecía resistir. No se trata solo de escribir sobre un mundo al revés; se trata de venderlo como si fuera el futuro inevitable. A bastantes les pone de los nervios.
Arena, con más de dos décadas en circulación, sigue editándose con regularidad, inspirada más por ideología que por los hechos, por las emociones más que por la razón. Cualquiera diría que Suecia, un país con una historia de avances en ingeniería y economía, no caería presa de agendas tan extravagantes. Pero aquí estamos, observando cómo los argumentos ridículos cosechan aplausos en cada número. El brote de democracia sin sentido se esparce en tinta impresa.
Pero no nos engañemos; más allá de los escritorios suecos elegantes de donde se redacta cada número, muchas ideas de Arena no resistirían un análisis detallado en las calles de una Suecia real y ciertamente resulta un despropósito que su influencia se contemple siquiera seriamente. La retórica de lujo en papel no cura la economía, ni los sueños igualitarios erradican los problemas sociales profundamente enraizados.
El eco de Arena continuará resonando no solo en Suecia, sino en cada lugar donde se elogia una sociedad constantemente alterada por la supuesta necesidad de un cambio interminable. Quizás lo que deberíamos preguntarnos es si estos cambios propuestos realmente aportan algo positivo más allá de llenar titulares. Pero bueno, cuestionar la lógica detrás de una revista como Arena no parece estar de moda, y mientras siga habiendo oídos atentos, la revista encontrará público.
Puede que su misión termine convirtiéndose en parte de una utopía que nunca llegará, reflejando más bien los fantasmas que asolan la política sueca disfrazados de modernidad, pero ahí están contribuyendo activamente al espectáculo de la farsa política.