En los tiempos en que Roma regía con un puño de hierro alrededor del año 64 d.C., coincidía un periodo que pondría de los nervios a cualquiera que creyera en la libertad religiosa: los Años de Catacumba. ¿Qué fue exactamente esto? Eran aquellos momentos oscuros donde los cristianos, perseguidos por el Imperio Romano, llevaban su fe a las profundidades de la tierra, literalmente. Se ocultaban en catacumbas a las afueras de las grandes ciudades como Roma, usando estos sitios no solo como cementerios, sino como lugares de reunión y culto. La necesidad básica de practicar su fe sin represalias los obligaba a emplear su ingenio y fortaleza, cualidades que parecen faltar a quienes hoy prefieren la cultura de lo políticamente correcto a la del libre pensamiento.
Ahora, demos un paso hacia el presente y pensemos en las similitudes con las tendencias actuales. Tal vez no estamos descendiendo a catacumbas de piedra, pero definitivamente existen catacumbas modernas; ese refugio de ideas conservadoras y tradicionales que están cada vez más apartadas del discurso público. ¿Por qué el paralelo? La constante presión por conformar y censurar hace de la vida diaria un campo minado para aquellos que osan alejarse del guion oficial. Como los cristianos perseguidos, aquellos que tienen una visión más tradicional sobre el mundo tienen que guardar sus pensamientos para no enfrentarse a una especie de linchamiento moderno en las plazas digitales.
Es irónico observar la historia y recordar que los romanos se pensaban liberales y avanzados para su época. Tenían el Coliseo, un ejemplo de ingeniería arquitectónica que maravillaría a cualquier amante de la historia. No obstante, su falta de comprensión hacia la diversidad de ideas los llevaba, como a ciertos grupos de hoy, a reprimir a quienes pensaban diferente. Los cristianos originales de los Años de Catacumba eran pioneros en aquello de sostener sus valores a pesar del ambiente adverso. Años de persecución no hicieron más que fortalecer su fe, británica ahora más reconocida que nunca. ¿Qué pasaría si las fuerzas conservadoras de hoy siguieran ese ejemplo de resiliencia?
Es importante destacar que la fe jugó un papel central. El cristianismo representaba un desafío a las normas paganas de Roma, y ese mismo desafío se halla en la batalla moderna por el reconocimiento de valores familiares tradicionales y el temor de que se diluyan en una marejada moral relativista. Veremos que muchas de las cosas que los primeros cristianos defendían con pasión son ahora los temas en los que se debate la esencia de la moralidad. Cuestiones de la vida, la familia y la fe siguen siendo fundamentales. Muchos se verán reflejados en esa misma lucha, viendo en los Años de Catacumba una muestra de cómo es posible resistir frente a la opresión del pensamiento único.
Por supuesto, los catacumbas eran un refugio temporal. Al final, como al amor siempre le llega su tiempo, el cristianismo no solo emergió a la superficie sino que terminó influyendo en toda Europa y más allá. Las ideas que se escondieron en las sombras brillaron con más fuerza que nunca. Resulta emocionante pensar que un pensamiento que resiste puede perder en el corto plazo, pero a largo plazo puede transformarse en una llama que consuma obstáculos mayores. Los valores no siempre se pueden instalar fácilmente, pero eso es lo que hace que su defensa valga la pena. Los obstáculos, el desprecio y la injusticia solo hacen que el triunfo final sea más dulce.
Imaginen una época donde la necesidad de discreción era tan vital que rituales sagrados como la Eucaristía se celebraban en la clandestinidad. Imaginen a alguien que se mantiene firme en sus creencias bajo la constante amenaza de ser descubierto. Eso es más resistencia de lo que muchos podrían reclamar hoy en día, más simbólico que gritonear hashtags en redes sociales desde la seguridad del sofá. Es esta forma de resistencia, una que va más allá de la señalización superficial de virtudes y busca el cambio profundo, la que merece no solo respeto sino también emulación.
Entonces, mientras nos preguntamos qué haríamos en una situación similar, podemos recordar a los que lo hicieron primero. Los Años de Catacumba no son solo un capítulo de la historia antigua. Son un recordatorio de que las ideas resistentes, las que muchas veces se infravaloran por considerarse incómodas, tienen una profunda capacidad de influir y cambiar el curso de la sociedad. Quizás haya una nueva generación que lo entienda y prefiera no seguir la corriente, a menos que esa corriente realmente represente sus principios profundamente arraigados. Y allí, en la oscuridad de las modernas catacumbas ideológicas, es donde puede estar incubándose el próximo gran renacimiento del pensamiento libre.