¡Quién iba a imaginar que unas simples plantas marinas fueran la comidilla de científicos y ecologistas alrededor del mundo! Las algas, sí, esas mismas que ves flotando en la playa, están conquistando ecosistemas y generando debates científicos allá donde haya superficie marina. Con más de 30,000 especies, estas guerreras verdes han existido desde hace millones de años y sostienen el peso del 70% del oxígeno del planeta. Y ni hablar de sus beneficios nutricionales y bioenergéticos; pero claro, no dejaremos que eso nos deslumbre sin más.
Primero, es necesario desmitificar algo: las algas no son excusa para políticas medioambientales radicales. Sí, son una fuente fantástica de nutrientes como vitaminas A, C y E, pero considerarlas la salvación de todos los males ambientales raya en lo ridículo. Los pregoneros del falso apocalipsis ambiental ven en estas plantas una válvula de escape para justificar sus agendas intervencionistas y anticapitalistas. Alabadas por su capacidad de absorber CO2, se promueven como una solución mágica al cambio climático, pero eso no significa que debamos dar rienda suelta al gasto público sin medida.
Hablando de gasto, la industria de las algas mueve miles de millones de dólares anualmente. A finales del siglo XX y principios del XXI, las naciones de Asia Oriental, como Japón y China, incorporaron las algas en sus economías locales, impulsando la investigación y explotación de estas plantas. ¿Y qué vemos ahora? Occidente, con su propensión a adoptar modas verdes, ahora sigue el ejemplo, apostando por biocombustibles de algas. Sin embargo, el razonamiento detrás de estos proyectos merece escrutinio: si estas adorables plantitas son tan eficientes, ¿por qué no se sofoca completamente la dependencia del petróleo? ¿Quizás porque el costo de producción sigue siendo exorbitante?
No es sorpresa que los entusiastas de lo "verde" perciban este asunto en extremos. La verdad es que las algas son unas campeonas naturales, capaces de limpiar aguas residuales e incluso servir de biocombustible y alimento. Pero, ojo, la apuesta por las algas en agricultura como fertilizantes y bioestimulantes es un área fértil para las controversias. La idea de usarlo para reemplazar completamente los fertilizantes tradicionales es, como siempre, una propuesta fugaz que aún tiene mucho que mostrar. Hay investigaciones prometedoras, pero solemos olvidar que no hay soluciones mágicas.
Por si fuera poco, su uso en la cocina, especialmente en la alta gastronomía, ha ganado adeptos. Desde sushis hasta guisos europeos, las algas no solo proporcionan texturas únicas sino también un sabor distintivo y profundidad. Podemos mantener las algas en nuestras mesas sin necesidad de que ello implique un decreto político con nuevas regulaciones alimentarias. Comer sano es una elección, no una obligación impuesta desde arriba.
Las algas también tienen sus desventajas y, en particular, su explotación descontrolada puede generar conflictos ambientales. Siempre es prudente recordar que modificar cualquier elemento de un ecosistema puede tener efectos colaterales. Los derrames de nutrientes que conducen a florecimientos de algas, por ejemplo, pueden llevar a situaciones desesperadas donde la biodiversidad paga el precio. Una vez más, entendamos que la naturaleza tiene su ritmo y alterar su balance sin cautela no es la respuesta.
Para los emprendedores, el crecimiento del mercado de las algas representa una mina de oro pendiente de explotar adecuadamente. Conservadoramente hablando, podría significar una oportunidad económica que no dependa de subsidios gubernamentales o políticas inflacionarias. El negocio del 'oro verde' en su máxima expresión no necesita ser desvirtuado por manos politizadas, después de todo.
Por último, el aspecto medicinal y cosmético de las algas ha sido objeto de intenso estudio. Quien quiera una piel envidiable debe saber que muchos productos de belleza ya contienen extractos de algas. Sin caer en absurdos, aprovechamos lo que la naturaleza nos regala; sin embargo, el que esto impulse la "economía verde" solo para rellenar de manera oportunista los bolsillos de unos pocos no es la solución.
Las algas son fascinantes y proporcionan incontables beneficios cuando se emplean con criterio. No deberían ser la moneda de cambio para agendas políticas ni mucho menos la excusa para decidir el rumbo global del manejo ambiental. Ya basta de absolutismos; las algas son una pequeña parte de un espectro más amplio. Comprendamos su realidad, usemos nuestro sentido común, y no perdamos la brújula pensando que son el remedio definitivo a los problemas que, muchas veces, no son más que cortinas de humo.