Alexander Hamilton, el célebre Doctor de Maryland, no solo compartió nombre con el famoso padre fundador de Estados Unidos, sino que también compartía una determinación inquebrantable para desafiar el statu quo. Él fue quien, desde el corazón de Maryland, dejó una huella imborrable en la medicina del siglo XIX. Nacido en el siglo XVII, Hamilton llegó a ser una figura central en la Colonia de Maryland, donde sobresalió como médico y pensador en una época dominada por el conservadurismo. Su vida fue un testimonio de la disciplina, la innovación médica y el pensamiento crítico en un tiempo cuando decir lo que uno pensaba podía costar caro.
Hamilton llegó a Annapolis, Maryland, desde Escocia en 1735, trayendo consigo no solo sus conocimientos médicos sino una visión clara de modernizar el campo de la medicina en América. En pleno auge colonial, cuando la medicina se basaba más en supersticiones que en ciencia demostrable, el Dr. Hamilton se dedicó a sentar las bases de un enfoque más científicista y lógico en el vasto terreno lleno de charlatanes.
¿Y por qué no adorarlo? Fue un verdadero pionero. Mientras que algunos preferían seguir recetas obsoletas recetando sanguijuelas y extracción de sangre, Hamilton insistía en la observación rigurosa y la recopilación de datos concretos. Esto dejaba en evidencia a los médicos que actuaban más como comerciantes que como verdaderos científicos. ¡Qué sacrilegio podría gritar aquél que siente alergia a la verdad y al cambio verdadero!
Sin embargo, el impacto de Hamilton no se detuvo simplemente en el ámbito médico. Fue un crítico mordaz de la sociedad de su tiempo. Sus cartas y publicaciones ofrecían observaciones puntuales y directas acerca de los modales y prácticas sociales, retando la hipocresía de una clase social que predicaba moralidad mientras navegaba en aguas turbias.
Hamilton tenía una habilidad prodigiosa para incomodar a los que mantenían un control ideológico cerrado sobre el pensamiento y la acción pública. Parece ser aquel elemento incómodo que se necesita para sacudir el polvo acumulado de las mentes rígidas. Su trabajo contribuyó a que se abriera un espacio de diálogo más amplio en la Nueva Inglaterra, en el que el libre pensamiento encontró un pequeño pero seguro refugio.
A pesar de la resistencia que enfrentó por parte de algunos cuadros que podríamos hoy en día caracterizar como esclavos ideológicos, su diario "Itinerario" se convirtió en un documento crucial para entender el panorama social, cultural y médico de la época. Fue a través de esos textos que los ciudadanos comunes pudieron ver más allá de las palabras vacías y las políticas de apariencia.
Y aquí, en obvia ironía, surge una pregunta inevitable para aquellos del lado opuesto: ¿No es acaso valiente enfrentarse al pensamiento único con ideas frescas cuando uno está rodeado de conformistas por doquier? ¿No es un acto de auténtica valentía usar el intelecto y la ciencia como un escudo contra un torrente de dogmas que buscaban mantener el confort de los instalados?
Los actuales "progresistas" bien podrían sentirse incómodos con un personaje que elevó la voz para exigir más preguntas en vez de respuestas fáciles. Así pues, al Dr. Alexander Hamilton le debemos ese pundonor de liderar con claridad y convicción. Un verdadero conservador que dejó un legado invaluable en el mundo de la medicina y la crítica social en el Maryland colonial.
Así que la próxima vez que escuchen su nombre, no piensen sólo en el héroe político musicalizado por Broadway, sino también en este médico tenaz cuyos esfuerzos fundamentales, aunque tal vez olvidados por la narrativa dominante, son una parte crucial de la historia médica y social de Estados Unidos.