En una era donde deslizamos pantallas más rápido que páginas de libros, surge una curiosidad histórica que tiene a muchos hablando: los Registros Cinepoly. Esta propuesta se gestó en el ecléctico cine mexicano que, a primera vista, parece un simple archivo, pero en realidad encierra historias que se despliegan más allá del celuloide. Originados en México durante los años 90, estos registros se convirtieron en un elemento icónico que capturaba la esencia de unas épocas vibrantes, cuando el cine local florecía y experimentaba con lo divino y lo profano. Pero, ¿por qué siguen siendo relevantes hoy?
Cuando hablamos de Cinepoly, no solo hablamos de una cadena de cines innovadora que introdujo una experiencia diferente para la audiencia, también nos referimos a un sistema meticuloso de almacenamiento de películas, creatividad y cultura. En un mundo donde las plataformas de streaming son ahora la norma, los Registros Cinepoly ofrecen una experiencia tangible, un guiño a cómo se vivía el cine antes de que nuestras vidas se digitalizaran por completo. Para algunos, son una ventana a una era dorada. Para otros, son un tributo nostálgico que requieren revisitar.
Sin embargo, no todo el mundo está impresionado. Los detractores argumentan que los Registros Cinepoly son simplemente un relicario de un tiempo que ya no tiene cabida en el cine moderno. Mientras que las generaciones mayores pueden recordar con cariño esos momentos de cine bajo techo, sentados en asientos acolchonados discutiendo sobre la singularidad de tal o cual cinta, los Gen Z—más acostumbrados a la inmediatez digital—podrían no ver el atractivo en conservar tales artefactos. Y ahí es donde comienza el diálogo entre pasado y presente.
Es irónico, pero en estos registros hay algo revelador sobre nuestra naturaleza humana. En un mundo que insiste en moverse hacia adelante, existe la necesidad subconsciente de echar un vistazo atrás, de encontrarnos en experiencias pasadas. Cinepoly, como concepto, trasciende lo temporal porque apela a los recuerdos y emociones que sólo el cine puede evocar. Aquí radica un punto interesante y debatible: mientras algunos quieren conservar lo tangible, otros argumentan que las películas digitales también ofrecen esta capacidad única de transposición emocional.
Cinepoly conserva un lugar especial para los entusiastas del cine que valoran la autenticidad. Son quienes levantan la voz para defender este tipo de historia plasmada en un medio físico. No solo se enfoca en una experiencia estética, sino también en un acto de preservación cultural. Claro, hay quienes dirán que más que historia es nostalgia, pero aquí es donde podemos encontrar el nexo entre ambas perspectivas.
Plantear la supervivencia de Cinepoly en un sistema digitalizado es un debate que nos lleva a una conversación más grande sobre qué aspectos culturales merecen ser conservados y de qué manera lo hacemos. ¿Es sostenible aferrarse a formatos que parecen desfasados en un esfuerzo por mantener viva una experiencia única? Aunque algunos podrían ver esto como un esfuerzo fútil, otros verán el valor insustituible que narrativas pasadas agregan a las futuras.
Para las generaciones que vienen, Registros Cinepoly representa más que una colección de películas pasadas de moda. Es un testimonio de cómo el arte y la tecnología a veces caminan de la mano para crear algo que resuena a nivel personal y cultural. Quizás no sea tanto sobre ver una película, sino sobre recordar cómo se sentía ver esas películas en un momento menos acelerado.
Entonces, aunque algunos puedan sonreír escépticamente, pensando en la obsolescencia, otros encuentran consuelo en lo que estos registros representan. Culturalmente, todavía tenemos mucho por aprender de nuestra relación con estos artefactos que parecen simples contenedores de historias. Así pues, los Registros Cinepoly son más que un archivo de títulos; son una parte viva de una experiencia que defiende su legítima importancia en la era digital, a pesar de las discrepancias generacionales. Y quizá eso es lo que realmente los hace especiales.