¿Qué pasaría si el fin del mundo fuera inminente y la salvación estuviera limitada a unos pocos? Esa es la premisa que hace latir a "Groenlandia", una película estrenada en el año 2020 dirigida por Ric Roman Waugh y protagonizada por Gerard Butler. La historia ocurre en un mundo donde un cometa está a punto de colisionar con la Tierra, desencadenando una narración de caos y supervivencia. A medida que la cuenta atrás hacia el impacto se acelera, la película invita a reflexionar sobre nuestras prioridades y nuestras conexiones humanas en tiempos de crisis.
Gerard Butler asume el papel de John Garrity, un hombre común que debe encontrar un camino seguro para su familia hacia uno de los refugios en Groenlandia, la tierra de promesas de supervivencia. La trama comienza con un ritmo rápido y mantiene la tensión durante toda la película, creando un sentido de urgencia que resuena con muchas narrativas del apocalipsis contemporáneo. Comparado con otras películas de desastres, "Groenlandia" ofrece un enfoque más humano al centrarse en las relaciones personales y las decisiones difíciles que se deben tomar en momentos críticos.
El escenario se enfoca principalmente en Estados Unidos, pero se tiñe de una atmósfera global donde cada país parece más un personaje secundario que una simple localización. La elección de Groenlandia como un refugio seguro es simbólica y casi poética, ya que esta remota isla se queda fuera de lo que habitualmente consideramos los focos de poder mundial. La elección refleja una crítica a cómo valoramos nuestras estructuras geopolíticas y la centralización del poder.
Para muchos de la Generación Z, la película resuena profundamente dadas las preocupaciones actuales sobre el cambio climático, las pandemias, y las tensiones políticas a nivel mundial. "Groenlandia" no se presenta solamente como una película de acción por el mero entretenimiento, sino que se convierte en una plataforma para discutir esos problemas urgentes. Hace eco de las voces que exigen un cambio, que piden una reestructuración de cómo enfrentamos los peligros planetarios.
Desde un punto de vista cinematográfico, la película logra construir una atmósfera de ansiedad y esperanza simultáneamente. El uso de efectos especiales es moderado, pero efectivo, dando prioridad a las historias humanas y las emociones genuinas en vez de una dependencia excesiva en explosiones y destrucción visuales. Este enfoque más medido tiene resonancia con públicos que buscan algo más que bombas y catástrofes CGI.
Por supuesto, no todos ven "Groenlandia" con la misma expectativa. Algunos críticos han mencionado que a veces la película cae en clichés previsibles del género de desastres, con narrativas que han sido exploradas antes. Sin embargo, su fortaleza radica en esos momentos de vulnerabilidad humana frente al sinfín de lo inevitable. En un mundo donde algunos ven la supervivencia como una misión individual, la película lúcida apunta hacia la colectividad y el apoyo mutuo.
Una de las temáticas recurrentes que surgen es la desigualdad. En una carrera por los bunkers seguros, quienes tienen acceso a más recursos se encuentran en una ventaja injusta. "Groenlandia" no omite esta realidad y la enfatiza, incitando una reflexión crítica entre oportunidades y justicia social—temas que son cercanos a quienes buscan equidad y reconocimiento entre generaciones jóvenes.
El film reta a los espectadores a imaginarse cómo reaccionarían si estuvieran en los zapatos de los protagonistas. ¿Qué valores priorizaríamos? ¿Cómo nos comportaríamos bajo presión? Son cuestiones que, aunque sean incómodas, nos posicionan para mirar de cerca nuestra humanidad, nuestras fallas, y nuestra capacidad para el amor incluso en tiempos de desesperación.
Muchos fans y críticos concuerdan que lo que destaca es la interpretación emocional de sus actores principales, especialmente durante las escenas más personales y desgarradoras. En medio del caos, emergen momentos de ternura y calma, de esas que todos anhelamos en momentos de crisis.
"Groenlandia" consigue mantenerse honesta a sí misma porque nunca pretende ser lo que no es. Se hace preguntas valientes sobre el potencial humano y las estructuras sociales, y aunque pueda deslizarse en idiosincrasias típicas del género, mantiene su legado como un recordatorio desconcertante de nuestras actuales crisis y el camino que persiste por delante.