Si alguna vez pensaste que una iglesia moderna podría ser más compleja que una trama de ciencia ficción, es el momento de conocer la organización de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Esta organización, integrada por millones de personas en todo el mundo, fue fundada por Joseph Smith en 1830 en Estados Unidos. La iglesia busca restablecer lo que consideran la iglesia original de Jesucristo, antes de las divisiones y cambios doctrinales de la antigüedad.
La sede central de la iglesia está en Salt Lake City, Utah, y su estructura está diseñada para apoyarse en una jerarquía que mezcla lo espiritual con lo administrativo. Este esquema se centra en un firme liderazgo, comenzando por la Primera Presidencia, que incluye al Profeta, quien es visto como un líder espiritual y la máxima autoridad. Le sigue el Quórum de los Doce Apóstoles, quienes actúan como consejeros y tienen un papel importante en la dirección de la iglesia a nivel mundial.
Creen en recibir revelaciones continuas, lo cual significa que las doctrinas pueden evolucionar con nuevas interpretaciones de Dios, según sus profetas. Esto puede resultar tanto atractivo como desconcertante para quienes prefieren estructuras más inamovibles. Hay quienes critican este enfoque por considerarlo susceptible a cambios muy influenciados por el contexto social, mientras que otros lo ven como una fortaleza, porque permite adaptarse a las necesidades de la comunidad contemporánea.
Un aspecto crucial que distingue a los Santos de los Últimos Días tiene que ver con sus templos y el trabajo que realizan en ellos. Estas edificaciones bellamente trabajadas no son simples lugares de culto; están reservadas para ceremonias sagradas como los bautismos vicarios y sellamientos, ritos fundamentales para ellos. Estos rituales reflejan una profunda conexión no solo con sus miembros actuales, sino con ancestros pasados y generaciones futuras, formando un vínculo continuo y trascendente.
Además, la iglesia organiza su creciente número de miembros en congregaciones locales llamadas barrios o ramas, y en áreas regionales llamadas estacas. Dichos grupos no solo motivan una fuerte comunidad, sino que también se enfocan en actividades sociales, educativas y de servicio dentro y fuera de su membresía. Cabe mencionar sus esfuerzos por los derechos humanos y el bienestar, lo cual resuena bien con los ideales de justicia social que muchos jóvenes consideran vitales hoy en día.
Sin embargo, no todos reciben estas actividades de igual manera. Para algunos, la fuerte conexión comunitaria puede parecer una tentación de homogeneidad cultural y control social. Para otros, es una red de apoyo invaluable que fomenta crecimiento personal y espiritual en un mundo de incertidumbre moral y riesgos individuales.
Lo fascinante del esquema de los Santos de los Últimos Días es su combinación de tradición y modernidad. Reclaman una conexión directa a tiempos bíblicos mientras promueven el uso de la tecnología para la enseñanza y crecimiento de su fe. De hecho, su presencia en plataformas digitales no es un fenómeno menor, con contenido disponible en la mayoría de las redes sociales. Esta estrategia respalda la participación de la juventud, que es cada vez más crítica en la expansión de su mensaje global.
A pesar de las ventajas y críticas, es evidente que la estructura de la iglesia ofrece múltiples capas de interacción espiritual y social que han conseguido captar la atención y el compromiso de millones. Al observar sus prácticas y convincentemente organizadas doctrinas, se comprende por qué no solo ha perdurado, sino que sigue evolucionando en el dinámico paño cultural del siglo XXI.
Comprender el esquema de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es observar una complejidad que no se estanca en el tiempo. Al examinar sus prácticas y doctrinas, descubrimos una estructura innovadora y flexible que sigue desempeñando un papel relevante en la vida de personas de diversas partes del mundo.