Imagina los ecos de los trenes que una vez atravesaron los desiertos de África del Norte, transportando esperanzas y sueños a lo largo de paisajes infinitos. Así comenzó la historia de la Compañía de Ferrocarriles Bône-Guelma, fundada en 1875 por intereses franceses en la entonces colonia de Argelia, bajo el contexto del expansionismo colonial europeo. Diseñada para conectar Bône (ahora Annaba) con Guelma y posteriormente otras ciudades, esta empresa no solo transportaba mercancías y personas, sino también el poder y control en una región que buscaba el desarrollo bajo la sombra de la colonización.
La Compañía Bône-Guelma se extendía por el noreste de Argelia, abarcando regiones que demandaban conectividad durante el auge industrial europeo. En un mundo sin internet, los trenes organizaban el tiempo, las relaciones y la economía. Eso es lo que hizo la compañía, facilitando un acceso crucial a las minas y tierras fértiles de la región. Pero como el destino a veces lo tiene, lo que unía a través de sus rieles también dividía. El impacto sobre las comunidades indígenas no siempre era positivo. Los trenes pasaban por paisajes ocupados por gente que apenas reconocía otros idiomas y costumbres; eso, sin duda, creó divisiones sociales y económicas.
Los trenes representaban progreso para los colonizadores, pero también un recordatorio de la opresión para los nativos. Durante la Segunda Guerra Mundial, el transporte ferroviario cobró aún más importancia. Sin embargo, no fue un periodo fácil. Las tensiones sociales y políticas se intensificaban. La red ferroviaria de Bône-Guelma jugó un papel clave en el esfuerzo bélico, transportando tropas y materiales en una región que intentaba resurgir después de la ocupación alemana. Por ello, en el contexto de un Argelia convulso que anhelaba independencia, los trenes también se convirtieron en símbolos de batalla.
Os preguntabais dónde ha quedado todo eso ahora. Tras la independencia de Argelia en 1962, la Bône-Guelma y el resto de empresas ferroviarias bajo control francés fueron nacionalizadas. El sistema ferroviario pasó a formar parte de los Ferrocarriles Nacionales Argelinos, SNTF. Los jóvenes de hoy tal vez no tengan conexión directa con aquellos viejos trenes, pero la historia que contendían sigue viva, hablándonos sobre cómo los rieles conectan dinámicamente no solo físicamente sino también la rica y a menudo difícil herencia histórica que las acompaña.
Desde una perspectiva liberal, apreciar estas vías abandonadas de la Compañía Bône-Guelma ofrece un recordatorio de la necesidad de entender lo multifacético de la historia humana. Sí, el desarrollo es necesario y el progreso ineludible, pero no sin entender el impacto presente y futuro que tales desarrollos sostenidos por la injusticia pueden tener sobre las sociedades. Los ecos del imperialismo siguen presentes no solo en los relatos históricos, sino también en el cómo se estructuran las relaciones geopolíticas hoy. Para algunos, los vestigios de la Bône-Guelma son manchas en un pasado colonial que querrían ver reparadas totalmente; para otros, son proyectos antiguos que, si no sucedieran, no habrían sentado las bases para el crecimiento urbano e infraestructural de regiones que posteriormente se industrializarían más.
No podemos olvidar las historias de las voces perdidas, aquellas que ya son susurros entre las arenas a la vera del ferrocarril. El relato de la Compañía Bône-Guelma, reflejo de todo un sistema colonial, nos enseña que el histórico simbolismo de sus caminos podría servir tanto para reconocer las injusticias pasadas como para recordar que tenemos la voluntad de cambiar lo que heredamos. Quizás esos trenes no circulen más, pero sus sutiles murmuraciones nos inspiran a repensar el mañana con empatía, inclusión y equidad.