Las ciudades construidas sobre arena no son un espejismo en el desierto, sino una realidad fascinante y a la vez inquietante. Desde los vibrantes paisajes de Dubái hasta las místicas dunas de Riyadh, estas urbes han surgido en lugares donde la naturaleza sugiere el retiro más que el asentamiento humano. En pleno siglo XXI, estas ciudades desafiantes son una mezcla de ambición humana y riesgo ambiental, despertando curiosidad y haciendo eco del choque entre progreso y sostenibilidad.
Dubái, situada en medio del desierto árabe, es quizás el ejemplo más icónico de una ciudad alzándose majestuosamente sobre la arena. Lo que alguna vez fue una modesta aldea de pescadores, ha sido transformada en un moderno oasis de rascacielos, atracciones extravagantes y un lujo que parece desafiar todas las leyes naturales. Esta transformación acelerada comenzó en la década de los 60 gracias a la riqueza petrolera, pero la verdadera urbanización y construcciones monumentales llegaron en los 90. Sin embargo, la naturaleza conforma el material que sostiene esta monumentalidad, y con el cambiante clima global, la pregunta persiste: ¿cómo de sostenible es estar sobre una condición tan oscilante como la arena?
Hay que considerar el impacto medioambiental. Desarrollar una ciudad sobre arena requiere una cantidad significativa de recursos para estabilizar el terreno. La tierra es compactada y reforzada con tecnología avanzada para garantizar la seguridad de infraestructuras que alcanzan nuevas alturas. Este proceso no solo consume energía, sino que también promueve emisiones de carbono. Pero, para muchos, el argumento a favor es la creación de empleos, riqueza y el acceso a innovaciones tecnológicas que ponen a estos lugares a la vanguardia del mundo moderno.
Sin embargo, los problemas de sostenibilidad y recursos hídricos se mantienen. Dubái, por ejemplo, depende casi exclusivamente de la desalinización para su suministro de agua, un proceso caro y energéticamente intensivo. Las alternativas son pocas en estos entornos, y mientras al un lado, los detractores señalan la falta de enfoque en soluciones más verdes; al otro lado, los defensores reivindican la capacidad humana de crear riqueza y desarrollo incluso en las condiciones más adversas.
Ciudades como Lima, en Perú, se encuentran también en esta discusión. Aunque no se sitúe en medio de un desierto inhóspito, gran parte de su expansión urbana ha tenido lugar en las laderas de arena circundantes. La rápida urbanización ha traído consigo desafíos de estabilidad y manejo de desastres. Además, los habitantes de estas áreas son frecuentemente los más vulnerables, siendo que el suelo arenoso se convierte en un peligro latente ante deslizamientos. Voces críticas cuestionan las políticas que reflejan desigualdades sociales más que aspiraciones legítimas de desarrollo.
El contraste radica en Riyadh, capital de Arabia Saudita. Aunque no tan famosa como Dubái, Riyadh ha crecido de manera constante en medio del desierto saudí. A lo largo de su desarrollo, un enfoque más tradicional ha coexistido junto a la modernización inherente al crecimiento urbano. La estabilidad del suelo ha sido una prioridad, tanto que occidente ha mirado hacia Arabia Saudita buscando ejemplos de urbanismo en entornos áridos. No obstante, esta estabilidad relativa no exime de los problemas y costes energéticos que vienen con la vida en el desierto.
Por otro lado, hay una resistencia natural a la idea misma de vivir en el desierto. Generaciones tras generaciones han vivido en caravanas, diseñadas para aprovechar la movilidad y sortear las limitaciones ambientales. ¿Es esta exaltación urbana realmente un triunfo o una muestra de antropocentrismo descontrolado? Algunos ambientalistas sostienen que debemos re-evaluar nuestro enfoque hacia la naturaleza, respetando los ritmos y limitaciones naturales en lugar de tratar de dominarlos a cualquier coste.
La construcción sobre arena, entonces, es un delicado acto de equilibrio entre deseo humano y responsabilidad con nuestro planeta. Son un ejemplo visible del tipo de ciudades que, más allá de su lustre superficial, ponen en duda cómo y dónde decidimos vivir y construir el futuro. La juventud de hoy, our Gen Z, tiene un papel crucial en cuestionar estas elecciones, empujando hacia un desarrollo más consciente y sostenible que considere estas lecciones de equilibrio delicado.
Así, mientras estas ciudades de arena desafían lo esperado, también sirven como recordatorios de nuestra vulnerabilidad como habitantes en un planeta en constante cambio. Y aunque la atracción a lo grandioso y lo novedoso es fuerte, queda la cuestión eterna: ¿estamos construyendo sobre un sueño inestable o creando un mundo mejor a pesar de todo?