¿Qué ocurre cuando una película cruza las fronteras del comportamiento humano aceptable y nos lleva a territorios emocionalmente incómodos? La película Caniba, dirigida por Lucien Castaing-Taylor y Véréna Paravel, nos introduce al perturbador mundo de Issei Sagawa. Estrenada en 2017, esta obra de arte documental explora la vida de Sagawa, un japonés que en 1981 asesinó y posteriormente canibalizó a una compañera universitaria en París. Lo curioso es que, tras ser deportado a Japón, logró evitar un juicio y sigue viviendo en libertad hasta hoy.
Issei Sagawa es un personaje que no deja indiferente. Es un testimonio viviente de la complejidad y las zonas grises morales presentes en nuestra justicia y percepción social. El documental no utiliza narración convencional. En su lugar, permite que Sagawa cuente su propia historia, mientras comparte escenas inquietantes de su vida actual, aún obsesionado con sus impulsos caníbales. Indudablemente, Caniba no es para los débiles de corazón. Despierta cuestionamientos éticos y nos enfrenta a una realidad que preferiríamos ignorar.
Un aspecto que molesta y fascina al mismo tiempo de Caniba es cómo la película deja a los espectadores sintiéndose incómodos, cuestionando la naturaleza humana y el sistema judicial. Muchos pensarían, razonablemente, que Sagawa debió haber enfrentado consecuencias severas por sus acciones, sin embargo, ha encontrado una peculiar forma de vivir bajo el radar, incluso ganándose la vida con la macabra fama que obtuvo.
La película genera un ambiente tenso y claustrofóbico, con primeros planos que capturan cada detalle de la historia de Sagawa. Al hacerlo, los directores intentan mostrar el horror interno de una manera que desafía al espectador. Para algunos, sería más fácil detestar a Sagawa, pero el documental trata de mostrar la complejidad detrás de la demonización simple. Vivimos en un mundo donde el morbo puede vender, y Sagawa lo ha explotado escribiendo libros y participando en filmes que explotan su pasado. Se convierte en una reflexión sobre qué define la monstruosidad y si el mundo y la justicia realmente están preparados para enfrentarse a estas preguntas.
Por un lado, el documental ha sido elogiado por su coraje al tratar temas incómodos y su enfoque no convencional. Por otro lado, algunas críticas consideran que le da voz a alguien que no merece empatía ni interés público. Esos puntos de vista críticos ven a Caniba como un acto de explotación mediática bajo el pretexto de la curiosidad científica o cultural.
El debate que rodea al documental se alinea con preocupaciones sociales actuales sobre justicia, moralidad y el derecho de la sociedad a protegerse de aquellos que la amenazan, frente a la fascinación humana por lo macabro y lo prohibido. A través de Sagawa, se podría argumentar que vemos reflejado un fragmento de nuestros propios deseos oscuros reprimidos y las complejidades de nuestra psique que no siempre están definidas en blanco y negro.
Al hablar de justicia, siempre está la pregunta: ¿alguien como Sagawa puede reintegrarse realmente en la sociedad? Algunos podrían decir que su vida fuera de prisión es una bofetada a la cara de las víctimas de crímenes atroces y de quienes buscan un mundo más seguro. Sin embargo, hay quienes sostienen la importancia de entender estos comportamientos, quizás para prevenir futuros actos similares.
Al final, Caniba nos deja con un malestar persistente y una frase en la mente: "la curiosidad mató al gato". Al sumergirnos en este documental, nos damos cuenta de que no solo estamos observando la vida de un hombre, sino que también estamos posicionándonos ante reflexiones difíciles sobre nosotros mismos y el mundo. Al atestiguar la existencia incomprensible de Sagawa, se nos invita a pensar qué significa realmente ser humano, enfrentando lo inconcebible sin la comodidad de un juicio moral simple y fácil.