En un giro dramático más propio de una película que de la realidad, la ciudad de Kabul cayó en manos de la Alianza del Norte el 13 de noviembre de 2001. Este evento, que tuvo lugar durante la Guerra de Afganistán impulsada por Estados Unidos, marcó un punto crítico en la historia moderna. Kabul, la capital de Afganistán, fue el centro de una lucha geopolítica que enfrentó a la coalición liderada por Estados Unidos contra el opresivo régimen talibán que había controlado gran parte del país desde 1996. La caída de la ciudad fue un acto central en el esfuerzo internacional por desmantelar a los talibanes, conocidos por su extremismo y por brindar refugio a líderes de Al-Qaeda, como Osama bin Laden.
Las razones detrás de esta intervención y eventual caída de Kabul son múltiples y complejas. Tras los atroces ataques del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, las fuerzas estadounidenses centraron sus esfuerzos en eliminar la amenaza del terrorismo global. Al-Qaeda y su entonces líder Bin Laden habían encontrado un espacio seguro entre los talibanes afganos que se negaron a entregarlo, lo que llevó al inicio de la Operación Libertad Duradera. La poderosa coalición, con importantes recursos militares, se alineó con la Alianza del Norte afgana, un grupo de resistencia compuesto principalmente por minorías étnicas que también tenían intereses en derrocar a los talibanes.
A medida que las tropas de la coalición avanzaban, la resistencia talibán se fue desmoronando. Kabul cayó sin ofrecer mucha resistencia, un hecho asombroso dado su control tan supresor durante los cinco años anteriores. Esta rápida victoria fue recibida con emociones encontradas en todo el mundo. En muchos sentidos, fue vista como un paso hacia la erradicación del terrorismo y la liberación del pueblo afgano de un régimen brutal que había impuesto leyes extremadamente restrictivas, especialmente contra las mujeres.
Sin embargo, la estrategia y las tácticas utilizadas suscitaron críticas de diversa índole. Algunas voces señalaron que el conflicto y sus consecuencias fueron más allá de lo necesario para capturar a Bin Laden, quien no se encontraba en Kabul en ese momento. Las intervenciones militares se acompañaron de debates sobre la violencia inherente al uso de la fuerza y las inevitables bajas civiles.
La llegada de la Alianza del Norte a Kabul no significó la paz inmediata. Problemas como la integridad política y la reconstrucción económica presentaron enormes desafíos. Las esperanzas de una democracia estable y una paz duradera no se lograron fácilmente. Afganistán se enfrentó a una era de transición complicada, repleta de corrupción y continuos conflictos internos.
Por otro lado, surgió la esperanza de una sociedad renovada, con promesas de derechos y oportunidades para todos. La caída de los talibanes permitió un auge en la educación y los derechos de las mujeres, aunque no sin dificultades significativas. Las escuelas que antes estaban cerradas comenzaron a abrir sus puertas para las niñas. Afganistán obtuvo una nueva constitución en 2004, que estableció ciertas garantías esenciales de libertad para sus ciudadanos.
Es esencial reconocer las perspectivas de aquellos que se opusieron a la intervención militar en Afganistán. Muchas personas y organizaciones argumentaron que el cambio forzado de régimen puede ser contraproducente y que las invasiones extranjeras no generan paz duradera. Este punto de vista enfatiza la importancia del diálogo y el apoyo pacífico, destacando cómo los métodos de extrema violencia no solo destruyen infraestructuras físicas sino también los lazos sociales y culturales.
Por otro lado, la narrativa del "menos mal" se popularizó entre aquellos que vieron el derrocamiento de los talibanes como un servicio humanitario, una narrativa que destaca el deber de ayudar a los pueblos que viven bajo regímenes opresivos, incluso si implica la intervención extranjera. En este sentido, para muchos, el fin justificaba los medios.
A más de dos décadas de aquel 13 de noviembre, es valioso reflexionar sobre las elecciones que se hicieron y el camino tomado. Gen Z, una generación nacida en medio de estos eventos, vive en un mundo definido por ellos. La Caída de Kabul en 2001 no es solo un capítulo más en los libros de historia; es una lección viva sobre el poder de las decisiones políticas y militares a nivel internacional.